lunes, junio 05, 2006

MIEDO. HISTORIA DE TERROR.

Hace tal vez uno o dos años, caminaba por un pasillo diagonal en el Campus, entre la vegetación y la fuente. Expuesta por el espacio abierto, indefensa, insegura, sin perder nunca el paso firme. Conteniendo la respiración hasta terminar ese recorrido del terror. Odiaba ese pasillo, pero era la manera más rápida para cruzar de aulas 3 a aulas 2, y llegar rápidamente hasta los baños si era el caso. En esa ocasión mi dirección era aulas 2, aulas 3. A mitad del recorrido sentí una mirada del lado derecho y ahí estaban observándome, detrás de unos lentes de pasta que distinguen a “los nuevos intelectuales”. Ya nos habíamos cruzado antes, en una clase, pero padecían de ceguera por egocentrismo. En otra ocasión estuvimos juntos, yo en un performance en el que moría, ellos detrás de una cámara fotográfica. Sin embargo, en el pasillo diagonal era la primera vez que me veían. Ellos lo sabían. Ni mi paso firme ni mi respiración controlada los engañaban. Ellos lo sabían. Que triste que me conocieran en ese lugar, de esa manera y sin embargo, no se iban. Seguían mirándome. Nunca debí haber devuelto la mirada. Los dos segundos en que nuestros ojos se tocaron quedé desnuda. Enseguida giré la cara de vuelta al camino, muerta de miedo, pero era demasiado tarde. Ellos lo sabían. Mi apariencia era una farsa. Paso firme, uno, dos, tres, inhala. Dos segundos; uno, dos, exhala. Ante ellos no escondía nada. Ellos lo sabían. Caminé más rápido hasta que quedé fuera de su alcance. Desde el momento en que salí de su campo visual hasta hoy, me pregunto si eso que vieron les habrá causado repulsión.

Hace dos días, encontré un texto entre la torre de papeles apilados que creció durante mis cinco años de universidad. Ya lo había leído antes. Los ojos, su texto y yo estuvimos juntos en una clase, pero no lo pude ver por que yo también padecía ceguera por egocentrismo. Ayer por fin vi el texto y quise con todas mis fuerzas ser “Maricela”, la que se va, la que deja una alfombra compuesta de sangre y de sus libros, la que tenía un cíclope que ahora parpadea: un monitor de computadora en agonía. Quise ser “Maricela”, la que vive en dos cuartillas de papel bond, blancas, junto al hermoso párrafo de letras cursivas. Quise ser “Maricela”, la que es un enigma. Sin embargo, la sabiduría popular de a peso dice que no siempre se es lo que se quiere ser. En esta ocasión de nada valieron mis ganas, solo pude ser la versión femenina de los ojos desorbitados, la loca que muere de miedo, que sufre ataques de pánico ante los espacios abiertos, ante la gente, ante el sonido del timbre y del teléfono. Corrí al espejo con la esperanza de que no fuera cierto, pero ahí estaba, la mueca insana por boca, y mi cabeza solita diciendo cosas a gritos y sin sentido. Sé que aquel día de hace dos años en el pasillo diagonal , ellos, los ojos detrás de los lentes de pasta, no me vieron como tal vez se debe ver una persona demente y muerta de miedo, pero algo vieron que les confirmo eso mismo. Y hoy me sigo preguntando si no les habré causado nauseas, un poco de asco, un poco de repulsión o tal vez si eran unos ojos misericordiosos, solamente un poco de lástima.