Memorias de una mente traicionera
Sin importar lo mala que es mi memoria, hay cosas que están en un espacio oscuro de mi cabeza, algunas un poco oscuras también, todas siempre escondidas de la gente y hasta de mi misma. Como fotografías en blanco y negro, los recuerdos aparecen cuando me concentro en llegar a ese rincón de mi mente en que se archivan; algunos, los que parecen mas lejanos o un poco viejos aparecen en tono sepia ante mí, ubicados justo en la frente, por encima de los ojos y los puedo ver fuera de mi como en auto cinema.
A pesar de sus colores un tanto tétricos o nostálgicos tal vez, románticos si así se quieren ver; mis recuerdos sobre todo los felices, aparecen empolvados de repente, siempre oportunos como un viento frío en medio de una húmeda y calurosa atmósfera de verano.
Recurrentes por voluntad aparecen los recuerdos en estático de las etapas favoritas en mi relativa corta vida, apenas sobrepasa un par de décadas en medio de una historia que se cuenta en siglos. Chaquetas mentales dirían por ahí, con las que revivo mis tiempos mozos. A veces también llegan a causa de un olor particular, un par de palabras o de una situación específica que te hace decir: “tuve un deja vu”.
Lo que recuerdo hoy es al camino hacia un volcán apagado en el que escuchando una canción triste, con gotas de lluvia en el parabrisas que caían al ritmo de la música; tristes, y paradójicamente con el corazón alegre, vi las iniciales de tu nombre en color rojo en una piedra y luego en dos y en todas las piedras grandes que había camino al cráter del volcán. No sé por que estaban pintadas, pero creí que era un detalle bonito, algo tenía de poético, como mandado hacer para ese día por alguien que tiene el control de las cosas cuando se salen del tuyo como humano. Un regalo para mí, pensé, en un día tan perfecto: frío, con el suelo blanco, yo caminando hasta las lagunas que se esconden en el cráter de la montaña, un viento gélido, el sol y la nieve cayendo, todo al mismo tiempo; a partir del albergue en donde dejé el carro, con las huellas de mis botas en la nieve, en tramos con las piernas hundidas en el hielo hasta las rodillas, con los pies y la nariz congelados, estaba sola, pero contigo, como siempre. Con el paisaje tranquilo en sincronía con mi interior, libre, parada en lo alto de la montaña, gritando al espacio abierto tu nombre que regresaba con el viento y tocaba mi cara y lo respiraba.
Aún recuerdo de vez en cuando esas cosas ¿sabes?, a pesar de que quiera esconderlas, recurro a ellas cuando no me hacen daño, cuando no pregunto los por qué´s y solo siento, cuando tengo ganas de llorar; pero por si acaso, no te sientas mal, me gusta llorar, siempre me he considerado un poco masoquista en este sentido, por que me gustan las lágrimas, te limpian los ojos y saben a sal, no son tan malas como parecen, acercan a tus amigos, traen siempre a alguien que te consuela. No te preocupes por mí, no estoy sola, tú siempre estarás conmigo, en el recuerdo de tus ojos con miedo, en el collar de mi cuello, en mi boca y en el eco de mi voz, en las montañas, en la lluvia, en la música, en las horas y en el viento.
A pesar de sus colores un tanto tétricos o nostálgicos tal vez, románticos si así se quieren ver; mis recuerdos sobre todo los felices, aparecen empolvados de repente, siempre oportunos como un viento frío en medio de una húmeda y calurosa atmósfera de verano.
Recurrentes por voluntad aparecen los recuerdos en estático de las etapas favoritas en mi relativa corta vida, apenas sobrepasa un par de décadas en medio de una historia que se cuenta en siglos. Chaquetas mentales dirían por ahí, con las que revivo mis tiempos mozos. A veces también llegan a causa de un olor particular, un par de palabras o de una situación específica que te hace decir: “tuve un deja vu”.
Lo que recuerdo hoy es al camino hacia un volcán apagado en el que escuchando una canción triste, con gotas de lluvia en el parabrisas que caían al ritmo de la música; tristes, y paradójicamente con el corazón alegre, vi las iniciales de tu nombre en color rojo en una piedra y luego en dos y en todas las piedras grandes que había camino al cráter del volcán. No sé por que estaban pintadas, pero creí que era un detalle bonito, algo tenía de poético, como mandado hacer para ese día por alguien que tiene el control de las cosas cuando se salen del tuyo como humano. Un regalo para mí, pensé, en un día tan perfecto: frío, con el suelo blanco, yo caminando hasta las lagunas que se esconden en el cráter de la montaña, un viento gélido, el sol y la nieve cayendo, todo al mismo tiempo; a partir del albergue en donde dejé el carro, con las huellas de mis botas en la nieve, en tramos con las piernas hundidas en el hielo hasta las rodillas, con los pies y la nariz congelados, estaba sola, pero contigo, como siempre. Con el paisaje tranquilo en sincronía con mi interior, libre, parada en lo alto de la montaña, gritando al espacio abierto tu nombre que regresaba con el viento y tocaba mi cara y lo respiraba.
Aún recuerdo de vez en cuando esas cosas ¿sabes?, a pesar de que quiera esconderlas, recurro a ellas cuando no me hacen daño, cuando no pregunto los por qué´s y solo siento, cuando tengo ganas de llorar; pero por si acaso, no te sientas mal, me gusta llorar, siempre me he considerado un poco masoquista en este sentido, por que me gustan las lágrimas, te limpian los ojos y saben a sal, no son tan malas como parecen, acercan a tus amigos, traen siempre a alguien que te consuela. No te preocupes por mí, no estoy sola, tú siempre estarás conmigo, en el recuerdo de tus ojos con miedo, en el collar de mi cuello, en mi boca y en el eco de mi voz, en las montañas, en la lluvia, en la música, en las horas y en el viento.
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