EN SUS “MARCAS”, LISTOS, FUERA.
… de las cicatrices y otros recordatorios
Mi memoria nunca ha sido buena, tengo que hacer uso de recursos externos para echarla a andar; es por eso que amo las cicatrices, los olores y sabores; son las tres cosas que me permiten recordar de una forma tan nítida que a veces los recuerdos se convierten en regresiones, por que realmente puedo revivir con detalles los momentos pasados, de mi afortunada niñez.
La cicatriz de la muñeca hecha con una piñata, me hace recordar todas las navidades en las que fui aplastada por mis primos que reaccionaban después de que yo me había aventado por los dulces y entonces ellos, mis primos; mucho más grandes que yo, caían encima de mi. Las marcas que tengo en las rodillas son las favoritas de favoritas; en este caso me excuso, de tantas que son no recuerdo la historia de cada una, solo sé que siempre estaba yo corriendo, con mis piernitas torpes que tropezaban todo el tiempo, por que todo el tiempo yo quería correr más rápido que ellas. Tengo también una cicatriz en la cintura que me hace revivir el caluroso día cuando el perro mi prima se abalanzó sobre mí y dejome tatuadas sus garras.
Puedo decir que en mi niñez me convertí en unicornio, después de caerme tres veces, las mismas tres veces en que me pegue en la frente hasta que según recuerdo (más bien imagino), en la última se me quedó atorada una piedrita que aún conservo y adorna mi cara, no es un tercer ojo, no es un cuerno cualquiera tampoco, es el de un unicornio.
Si me preguntaran ¿qué es lo que más me gusta de mi cuerpo?, sin duda respondería que son mis cicatrices, por que me recuerdan lo aventurera que era, sin importar los accidentes sufridos nunca temí volver a correr y caer mil veces más. Realmente creo que una persona que no sufrió fractura alguna los primeros 12 años de su vida, o que no tiene por lo menos una cicatriz infantil, simplemente no tuvo niñez.
Cuando quiero sentirme en mi casa, o bien siento la necesidad de tener a mi mamá cerca y no puedo, me preparo un gran vaso de leche caliente con chocolate (de preferencia con cal-c-tose o chocomilk), e inmediatamente vuelvo a tener 8 años y me siento segura; como idealmente sucede a esa edad, abrigada por un Hogar (con mayúscula). Cuando necesito energía o un mejor estado de ánimo me preparo un sandwich mágico con queso amarillo, un vaso de agua de limón con hielos y listo, ya estoy de regreso en la época en que salía con mis primos en bicicleta, regresábamos de robar peras de una huerta, y puedo sentir aún el aire en la cara y el olor de los árboles en julio.
Olvidaba mencionar un cuarto elemento, clave para la actividad de recordar: las fotografías. Fui hija primogénita, por lo que la euforia de las fotos estuvo a todo lo que daba. Cuando veo mis fotos, me reencuentro con mi piñata de burro que me rehusé a romper por varios años, recuerdo el día en que me dio varicela, el domingo en que me puse mi pans rojos, entre otros tantos domingos en los que besaba a mi mamá, o abrazaba a la bolita que era mi hermano cuando bebé. Gracias a esas fotos puedo recordar más en forma a mi muñeca favorita; a Toribio y el oso amarillo, los muñecos que eran mis mejores amigos. Aún conservo a Beto, el niño que me trajeron los reyes magos y que era más alto que yo, al parecer un buen día dejó de crecer por que es la fecha de hoy en que aún vive y no me llega ni a la cintura (por cierto se ganó el nombre de Beto, por que ese era el nombre del primo más alto que tengo). En este sentido me declaro fetichista. Conservo cosas de más de 10 años de antigüedad como mi portapijamas de borrego con todo y mi mameluco dentro, mi primer bikini y un nenuco decapitado, solo por mencionar algunos de los tesoros más preciados de mi vida.
André Bretón, un poeta francés se pregunta “¿Cuándo aprenderemos a depurar la felicidad del recuerdo?". Confieso que me costó un poco de trabajo (no por falta de ganas, o de momentos felices; más bien por falta de buena memoria), pero hoy lo logré, ya que solo pude traer de mi niñez los momentos más felices de esa época y de toda mi vida. Como aquel memorable día que me dejó marcada para siempre, cuando en un juego de feria (después de un primer intento fallido y gracias a las porras de apoyo), me gané una patineta, que nunca aprendí a usar, pero me enseño el significado de la perseverancia, la confianza y la fe en uno mismo, y no solo eso, también ese detalle al parecer tan pequeño se llegó a convertir en el recuerdo número uno de mi niñez, que significa también todo el amor de mis papás, mis superhéroes de carne y hueso.
-- qk
Mi memoria nunca ha sido buena, tengo que hacer uso de recursos externos para echarla a andar; es por eso que amo las cicatrices, los olores y sabores; son las tres cosas que me permiten recordar de una forma tan nítida que a veces los recuerdos se convierten en regresiones, por que realmente puedo revivir con detalles los momentos pasados, de mi afortunada niñez.
La cicatriz de la muñeca hecha con una piñata, me hace recordar todas las navidades en las que fui aplastada por mis primos que reaccionaban después de que yo me había aventado por los dulces y entonces ellos, mis primos; mucho más grandes que yo, caían encima de mi. Las marcas que tengo en las rodillas son las favoritas de favoritas; en este caso me excuso, de tantas que son no recuerdo la historia de cada una, solo sé que siempre estaba yo corriendo, con mis piernitas torpes que tropezaban todo el tiempo, por que todo el tiempo yo quería correr más rápido que ellas. Tengo también una cicatriz en la cintura que me hace revivir el caluroso día cuando el perro mi prima se abalanzó sobre mí y dejome tatuadas sus garras.
Puedo decir que en mi niñez me convertí en unicornio, después de caerme tres veces, las mismas tres veces en que me pegue en la frente hasta que según recuerdo (más bien imagino), en la última se me quedó atorada una piedrita que aún conservo y adorna mi cara, no es un tercer ojo, no es un cuerno cualquiera tampoco, es el de un unicornio.
Si me preguntaran ¿qué es lo que más me gusta de mi cuerpo?, sin duda respondería que son mis cicatrices, por que me recuerdan lo aventurera que era, sin importar los accidentes sufridos nunca temí volver a correr y caer mil veces más. Realmente creo que una persona que no sufrió fractura alguna los primeros 12 años de su vida, o que no tiene por lo menos una cicatriz infantil, simplemente no tuvo niñez.
Cuando quiero sentirme en mi casa, o bien siento la necesidad de tener a mi mamá cerca y no puedo, me preparo un gran vaso de leche caliente con chocolate (de preferencia con cal-c-tose o chocomilk), e inmediatamente vuelvo a tener 8 años y me siento segura; como idealmente sucede a esa edad, abrigada por un Hogar (con mayúscula). Cuando necesito energía o un mejor estado de ánimo me preparo un sandwich mágico con queso amarillo, un vaso de agua de limón con hielos y listo, ya estoy de regreso en la época en que salía con mis primos en bicicleta, regresábamos de robar peras de una huerta, y puedo sentir aún el aire en la cara y el olor de los árboles en julio.
Olvidaba mencionar un cuarto elemento, clave para la actividad de recordar: las fotografías. Fui hija primogénita, por lo que la euforia de las fotos estuvo a todo lo que daba. Cuando veo mis fotos, me reencuentro con mi piñata de burro que me rehusé a romper por varios años, recuerdo el día en que me dio varicela, el domingo en que me puse mi pans rojos, entre otros tantos domingos en los que besaba a mi mamá, o abrazaba a la bolita que era mi hermano cuando bebé. Gracias a esas fotos puedo recordar más en forma a mi muñeca favorita; a Toribio y el oso amarillo, los muñecos que eran mis mejores amigos. Aún conservo a Beto, el niño que me trajeron los reyes magos y que era más alto que yo, al parecer un buen día dejó de crecer por que es la fecha de hoy en que aún vive y no me llega ni a la cintura (por cierto se ganó el nombre de Beto, por que ese era el nombre del primo más alto que tengo). En este sentido me declaro fetichista. Conservo cosas de más de 10 años de antigüedad como mi portapijamas de borrego con todo y mi mameluco dentro, mi primer bikini y un nenuco decapitado, solo por mencionar algunos de los tesoros más preciados de mi vida.
André Bretón, un poeta francés se pregunta “¿Cuándo aprenderemos a depurar la felicidad del recuerdo?". Confieso que me costó un poco de trabajo (no por falta de ganas, o de momentos felices; más bien por falta de buena memoria), pero hoy lo logré, ya que solo pude traer de mi niñez los momentos más felices de esa época y de toda mi vida. Como aquel memorable día que me dejó marcada para siempre, cuando en un juego de feria (después de un primer intento fallido y gracias a las porras de apoyo), me gané una patineta, que nunca aprendí a usar, pero me enseño el significado de la perseverancia, la confianza y la fe en uno mismo, y no solo eso, también ese detalle al parecer tan pequeño se llegó a convertir en el recuerdo número uno de mi niñez, que significa también todo el amor de mis papás, mis superhéroes de carne y hueso.
-- qk
5 Comments:
gracias por compartir algunas de tus vivencias.. por cierto: bruja!!! justo estaba escribiendo algo similar a lo tuyo.
Pero leer lo que escribiste me hizo recordar cosas de mi propia infancia.
Besos.
gracias por compartir algunas de tus vivencias.. por cierto: bruja!!! justo estaba escribiendo algo similar a lo tuyo.
Pero leer lo que escribiste me hizo recordar cosas de mi propia infancia.
Besos.
padezco de un bloqueo emocional sistematizado lo sabes, pero tu escrito me recuerda que tuve niñez y que en efecto cada cicatriz y cada fotografia aun respiran comentarios llenos de felicidad pura, si! con todo y arcoiris que rebotan por el cerebro y que siguen siendo parte de una formación y que al llegar estos dias, tan carentes de memorias nos queda tiempo de inventar momentos de nueva felicidad.
believe
ahhhh y pasa la vida... Una piñata borrika, ahhhh....
aki stoy pues:
jess, witch, a ti gracias, por leer todo ésto.
myself, eso fue el resultado del martes torres, así que gracias a ti 4 the inspiration
juanpe rot, alguien deténgala!!!! que no pase tan rápido que me gusta ahora (la vida... si si)
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