lunes, junio 19, 2006

LA VENTANA

Una vez cada tercer día, en mi ventana aparecen imágenes: de animales golpeados, de cráneos abiertos, de gente andando a gatas, de esferas gigantes que arrollan a su paso... Es una ventana pequeña ubicada en mi lóbulo izquierdo. Suele ser siempre de noche cada tercer día. Se escucha el sonido implacable, solemne y cansado, de las manecillas de los relojes que han trabajado durante años. Encender la luz no es una buena idea. Si hay luz adentro, se está expuesto a la mirada curiosa de cualquiera que valla pasando. Es la desventaja de ser paranoico. Siempre alguien te observa, por eso nunca prendes la luz. Por eso siempre te acurrucas en un rincón para que no puedan verte. A veces las imágenes son tan recurrentes que no pueden ser otra cosa que presagios, el anuncio de lo que está por venir. Es la ventanita del futuro. Y la ventana no me gusta. Me da miedo y corro. Desde hace quince años corro. Corro por el laberinto de mi propio cuerpo. Hay mucha humedad. Llueve siempre cuando el cansancio me gana y duermo. Me cobija la lluvia salada, la misma que desgasta mi cuerpo dentro de mi cuerpo. Todo lo va cubriendo de sal. Todo se va volviendo blanco hasta que el brillo me despierta. Cuando despierto todo está mojado. Hay goteras por todos lados. Tengo frío en los pies y el agua se filtra como en una gruta entre los órganos de mi cuerpo. Alcanzo a escuchar el sonido de un río a lo lejos, pero nunca lo veo. Hay que correr, no se decir exactamente por que, pero hay que mantenerse corriendo, con los sentidos alertas. Entre venas y arterias me topo de repente con un corazón que late agitado, con unos intestinos que trabajan haciendo movimientos forzados, a punto de explotar. Soy una bomba. Los relojes marcan una cuenta regresiva. El tiempo apremia. Las imágenes vienen detrás, a unos minutos de distancia. Hay que correr para salvarnos. Pero hoy, solo la indiferencia. Después de quince años sobreviviendo hoy no soporto más la sensación de unos ojos inflamados por el miedo, endurecidos por la sal. Hoy ha dejado de importarme seguir corriendo. No sé que pase después. La idea más optimista que se me viene a la mente es que si dejo de correr solo voy a morir. Me da miedo la explosión, me dan miedo los perros con las cabezas colgantes, me da miedo la velocidad con que todo transcurre, me da miedo el caos, los sonidos sin rostro. Las voces, las miradas; me da miedo esta soledad habitada. Mi muerte no me da miedo, tal vez así pueda abrir los ojos. Por que tal vez alguien mayor me espera mientras estoy cayendo para atraparme en un abrazo. Quiero morir si eso significa que alguien me brinde su mano. Quiero abrir los ojos sin seguir viendo imágenes en las cortinas amarillas. Quiero morir.