Un poco de Nietzsche, Foucault y Yo
Uno de las cosas que las personas solemos atesorar es nuestro pasado. Nuestra manera de asirlo es a través de fotos mentales, en papel, o de un constante pensar en él. El presente la mayoría de los casos no suele ser mejor que lo que quedo atrás. Si tenemos un momento pleno pensamos en el instante en que lo estamos viviendo, -esto quiero recordarlo siempre-, es decir, lo clasificamos apto para entrar en el cofre del tesoro, y no lo disfrutamos tanto como cuando ha pasado ya.
Recurrimos continuamente a recordar mejores tiempos, nuestra niñez en la que el máximo tormento era no querernos bañar, cuando no había plazos que cumplir ni cuentas por pagar. Nuestros abuelos y nuestros padres también lo hacen, recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en que aún había gran aprecio por los valores, la sociedad era sin duda mucho mejor, había ríos limpios, tenían juventud y 5 kilos menos. El pasado era sin duda mucho mejor.
Llegamos al punto de menospreciar y satanizar nuestro presente, todo por que existe un velo, el de los recuerdos selectivos, que hace que al voltear hacia atrás, veamos al pasado como tiempos mejores y por supuesto como parte de nuestra; a veces, sobrevalorada historia personal. Al pasado lo valoramos tanto por que escuchamos coloquial y frecuentemente que, lo que vivimos antes nos hace ser lo que somos hoy. Según esta idea, tu pasado entonces determina tu presente, como causa-efecto, tu vida se mueve siguiendo una línea recta en la que cualquier intento de cambio de dirección se denominaría como traición.
Bajo una concepción lineal del tiempo, el pasado es el lugar en donde encuentras los orígenes, no es otra cosa sino la causa, el presente es la consecuencia. Presente, pasado y futuro están ligados a través de la lógica. Las esencias pululan el aire del pasado, luego entonces si traicionas lo que fuiste, es decir, te entregas al devenir en contraposición a la lógica, lo que haces es cometer traición. La consecuencia última, e irremediable es el futuro, en él se encuentra el destino. Unido a los dos tiempos anteriores; pasado y presente, el futuro es trazado desde el momento del origen, en el que te fue dada una esencia, condenatoria e inamovible.
A partir de lo anterior, sucede entonces que para conocerte en el presente, necesitas conocer tu pasado, para identificar las causas y los por qués de que el presente sea de esta forma y no de otra, siguiendo una formula de causalidad universal, es decir, aplicable a todos los humanos vistos como masa, dejando de lado a los individuos con sus particularidades. Uno de los planteamientos que Michel Foucault desarrolla en el texto en el que nos basamos, es precisamente el error que existe en la creencia de que en la lógica de la historia (o lo que él llama como “la historia de los historiadores”) se encuentra la verdad.
El valor que le atribuimos al pasado es acaso por que lo vemos como el poseedor de la verdad, una inamovible y pura 100% o medianamente verdadera, que importa. De cualquier forma, el pasado cumple la función de brindarnos estabilidad tranquilizadora en nuestras vidas. Tenemos la verdad, y todo está trazado ya en la vida, para que no tengamos que preocuparnos de nada más.
En mi caso muy particular, lo anterior causó un efecto contrario e inesperado en mí. Mi pasado, no me daba seguridad; en lugar de eso me atormentaba y me dejaba atada en un punto en el que parecía no había más que hacer. Durante la secundaria, es decir mi etapa adolescente, una palabra muy utilizada era la de “autenticidad”. Autenticidad, como verdad, la verdad según la crítica de Foucault, tiene como fin u origen lo divino, lo que a su vez tiene una acepción positiva. En fin, la preocupación de muchos de mis contemporáneos durante nuestra adolescencia fue el ser auténtico y no parecerte al otro. Dentro de la autenticidad, viene implícita la congruencia. Ser congruente contigo mismo, lo entendía entonces como, “tienes una etiqueta que dice como eres y no puedes ser diferente a eso”.
Una etiqueta, ahora lo veo, era como una esencia, de esas inamovibles, que no solo me pusieron mis compañeros de escuela, también mi familia. No lo veía mal, por que las esencias me parecían positivas, por que son cosas que no cambian, es decir, son congruentes, luego entonces auténticas. La función que tenía la etiqueta, según mi percepción era resumir la esencia en una palabra.
El problema vino cuando sin darme cuenta tenía cuatro etiquetas diferentes, y no una, es decir, ¿tenía entonces cuatro esencias distintas?. Estaba la etiqueta con la que me veían en mi círculo familiar primario, es decir mis papás, mi mamá y mi hermano, era la que sin duda más se acercaba la forma en como me auto-percibía. La etiqueta de la escuela, que debo confesar estaba dada por mi físico mas que por mi personalidad, pero tampoco me quejaba, era una buena etiqueta después de todo, tuve dos etiquetas más que me empezaron a causar muchos conflictos internos, en una exaltaban mis cualidades positivas hasta el ridículo, era la que me ponía la familia de mi mamá. En la otra, la familia de mi papá se encargo de etiquetarme en color negro y con olor azufroso, de manera que era repelente para ellos, una mala influencia para mis primos, etc.
No es que fuera cuatro personas distintas. No me conocían, me etiquetaban con sus prejuicios lo que lograba que llegara a verme con sus ojos. Estaba realmente confundida, y lo estuve durante mucho tiempo, adopté cuatro papeles, vestía mis etiquetas según la ocasión. Hasta que me cansé y me di cuenta de que no era una etiqueta, ni una definición, que mi pasado no me determinaba y que no tenía la obligación de actuar de tal o cual forma. Nunca más quise ser autentica, simplemente me dedique a ser yo misma llena de contradicciones y de contrastes, decidí dejar de vestir de etiqueta, tirar los trajes que nunca me quedaban a la medida y andar desnuda, a pesar de las miradas poco amigables de la gente.
Fue el momento en el que odie la perfección, en el que decidí que ni mi cara, ni mi reloj iban a definir mi persona, incluso decidí no intentar definirme más, por que las definiciones solo me recuerdan mis límites, mi traición al origen inmaculado, por lo que se supone debo sentirme culpable. El día en que vi sorprendidos a mis tíos, cuando actué libremente de una forma en que no se suponía que lo hiciera, y que escuche decir “¿Cómo, sí ella no es así?” fue cuando renegué de la lógica y me puse a dar vueltas para sacudírmela. Nunca me traicioné a mi, sino a ellos, y fue cuando no les gustó. No siento que me haya traicionado a mi ni siquiera cuando adopté mis cuatro etiquetas, por que fue mi vida. Es un pasado que me hace ser lo que soy yo, no en el sentido de que sea la formula que determina mi presente; simplemente está ahí. No idolatro a mi pasado tal vez por que se que es idealista, insulso y por si fuera poco traicionero, por que me abandono a los brazos de un presente inasible y un futuro incierto.
Dice Foucault que somos una red difícil de desenmarañar y que maravilla, la diversión está en el intento de conocernos, aunque nunca lleguemos a hacerlo. Tal vez si Foucault y yo fuéramos amigos, él me apoyaría cuando digo que no puedo definirme; sin embargo, puedo intentar conocerme, en un sentido histórico, a través de mi continua reconstrucción como persona. Para terminar, escogí difícilmente, una cita de Nietzche que utiliza Foucault, y que resúme, el planteamiento del segundo: “(…) descubrir que en la raíz de lo que conocemos y de lo que somos no hay ni el ser ni la verdad, sino la exterioridad del accidente” (Foucault, 28)
Bibliografía
FOUCAULT, Michel. Nietzsche, la genealogía, la historia. Ed. Pre-Textos. España 2000