EL DRAGÓN DE DOS CABEZAS
Este texto no pretende satanizar el amor, ni mostrarse como producto de una vida amorosa infructuosa, simplemente intenta enfatizar en lo que relativamente pocos enfatizan, el lado oscuro de la historia en cuestiones amorosas. Y es que a primera vista podría parecer incongruente escribir acerca del lado más doloroso del amor, sobre todo en fechas en las que socialmente se establece, están dedicadas para celebrar el amor, es decir, su lado bello. Sin embargo, en mi defensa está el hecho de la complejidad que encierra el fenómeno del amor, que incluye, no solamente el lado hermoso que salta a primera vista, sino que también existen en él, senderos escondidos en sombras en los que más de dos se han llegado a extraviar.
Algo que puede parecer tan simple como lo es el querer a una persona y que tu amor sea correspondido, se puede convertir en uno de los peores tormentos del ser humano históricamente, y me atrevo a decir “históricamente” pues como prueba de ello basta leer las miles de canciones, poemas y libros enteros que se han escrito y se siguen escribiendo acerca del tan complejo tema de las relaciones y el amor de pareja. Ningún título tan certero como el de aquel libro de Gabriel García Márquez: Del amor y otros demonios. El amor es un demonio cuya descripción algunas veces se aleja de lo visto en cuentos de hadas y comedias románticas de finales felices, a veces suele ser un verdadero mal que habita nuestro cerebro consumiendo más de la mitad de nuestras energías durante el día, y no solo uno, por varios días. Gráficamente, aquello a lo que nosotros llamamos amor es en realidad un dragón de dos cabezas, la segunda tiene por nombre “desamor”.
En las artes, incluida la literatura, el detonador de la creación suele ser generalmente una situación de conflicto, de inconformidad e insatisfacción, lo que te lleva en el mejor de los casos a canalizar todos los sentimientos lastimeros para crear paradójicamente algo bello. Partiendo de esta afirmación, sin temor a equivocarme digo que los poemas más bellos que he leído han sido inspirados por la falta de amor. Bendigo al desamor en estas fechas, ya que es él quien se lleva el crédito en el ámbito literario, por haber tocado a un Sabines hasta dejarlo moribundo y diciendo: “No es que muera de amor, muero de ti”, por un Villaurrutia a quien sorprendió la verdad y se atrevió a decir: “¡Cuando fingí quererte, no sabía que te quería ya!”. Gracias al desamor por regalarnos los textos de un Benedetti, y una Rosario Castellanos, que tocan las fibras más sensibles de nuestro ser por muy escondidas que se encuentren.
La complejidad del fenómeno amoroso; si bien es cierto que radica entre otras cosas en la falta de reciprocidad del amor, es cierto también que las personas tenemos la mayor carga de responsabilidad en este hecho, ya que comúnmente solemos aferrarnos a imposibles. Juan José Arreola lo sabía cuando dijo: “Como un buen romántico, la vida se me fue detrás de una perra”. Y es que la vida ha sido, es y seguirá siendo afortunada o desafortunadamente una paradoja. Si no nos ha pasado, al menos conocemos muy de cerca la clásica historia a la que yo llamo “de los amores geométricos”, que tiene que ver con triángulos y hasta cuadrados amorosos, que consiste básicamente en enamorarnos de la persona que no puede correspondernos por que está enamorada de alguien más, y ese “alguien mas” a su vez ama a un cuarto en discordia, total que nos pasamos la vida en un perpetuo anhelo; perpetuo no por que dure eternamente, pero 5 segundos en este estado se sienten eternos e intensamente desgarradores.
Hay personas que cargamos con una charola para entregar el corazón y sin embargo eso no es suficiente. En el terreno de la física se dice que a toda acción corresponde una reacción; en el terreno de los sentimientos no aplica esta regla, ya que no a todo acto de amar corresponde la reciprocidad de dicho amor. Contrariamente a lo esperado, a la hora de presentarnos ante otro a corazón abierto, podemos toparnos dolorosa e irremediablemente con el desdén de la persona amada para con nuestros sentimientos.
El desamor se muestra en dos formas. Una con su cara “linda” que interviene en la creación y que nos permite disfrutar el tipo de materiales literarios que a pesar del dolor expresado son motivo de deleite. Nada más increíble que el tipo de poemas que sobreviven al paso del tiempo con la fuerza inquebrantable capaz de sacudir al ser humano. La segunda cara, es cuando se vive el desamor en carne propia; aquella que nos muestra al desamor en todo su esplendor, el desamor capaz de matar a hombres y mujeres, de hincharles los ojos con agua de sal y hacerles perder la integridad y hasta la cordura.
No podemos ver ambas caras de la luna al mismo tiempo, pero si las del amor. Mientras que una persona es portadora del amor y está dispuesta a entregarlo, en los casos más crudos de la vida real, la contraparte, es decir la otra persona solo puede responder con desamor. Es ahí donde se encuentra la encrucijada y el tormento que por siglos, y después de cientos de hojas de papel ha permanecido en la historia cotidiana de la humanidad; el tema es el mismo, el que arremete contra los seres humanos sin distinción de raza, color, edad o sexo: el dragón de dos cabezas, el buen amigo amor de apellido desamor. Si bien las historias de amor con caballeros, príncipes y finales felices, están inspiradas en la realidad, también es cierto que existen las historias paralelas de los que no corrieron con tanta suerte y se enfrentaron a una realidad más cruda, la de finales prematuros, que se tornaron inesperadamente acongojantes y sin embargo, a pesar de todas las calamidades no matan la lucecita de esperanza que nos hace seguir creyendo en al amor pleno, el tipo de amor que conocimos de niños en los cuentos de hadas, los amores perfectos que vimos en el cine y que esperamos calladamente se conviertan pronto en nuestra realidad.
Algo que puede parecer tan simple como lo es el querer a una persona y que tu amor sea correspondido, se puede convertir en uno de los peores tormentos del ser humano históricamente, y me atrevo a decir “históricamente” pues como prueba de ello basta leer las miles de canciones, poemas y libros enteros que se han escrito y se siguen escribiendo acerca del tan complejo tema de las relaciones y el amor de pareja. Ningún título tan certero como el de aquel libro de Gabriel García Márquez: Del amor y otros demonios. El amor es un demonio cuya descripción algunas veces se aleja de lo visto en cuentos de hadas y comedias románticas de finales felices, a veces suele ser un verdadero mal que habita nuestro cerebro consumiendo más de la mitad de nuestras energías durante el día, y no solo uno, por varios días. Gráficamente, aquello a lo que nosotros llamamos amor es en realidad un dragón de dos cabezas, la segunda tiene por nombre “desamor”.
En las artes, incluida la literatura, el detonador de la creación suele ser generalmente una situación de conflicto, de inconformidad e insatisfacción, lo que te lleva en el mejor de los casos a canalizar todos los sentimientos lastimeros para crear paradójicamente algo bello. Partiendo de esta afirmación, sin temor a equivocarme digo que los poemas más bellos que he leído han sido inspirados por la falta de amor. Bendigo al desamor en estas fechas, ya que es él quien se lleva el crédito en el ámbito literario, por haber tocado a un Sabines hasta dejarlo moribundo y diciendo: “No es que muera de amor, muero de ti”, por un Villaurrutia a quien sorprendió la verdad y se atrevió a decir: “¡Cuando fingí quererte, no sabía que te quería ya!”. Gracias al desamor por regalarnos los textos de un Benedetti, y una Rosario Castellanos, que tocan las fibras más sensibles de nuestro ser por muy escondidas que se encuentren.
La complejidad del fenómeno amoroso; si bien es cierto que radica entre otras cosas en la falta de reciprocidad del amor, es cierto también que las personas tenemos la mayor carga de responsabilidad en este hecho, ya que comúnmente solemos aferrarnos a imposibles. Juan José Arreola lo sabía cuando dijo: “Como un buen romántico, la vida se me fue detrás de una perra”. Y es que la vida ha sido, es y seguirá siendo afortunada o desafortunadamente una paradoja. Si no nos ha pasado, al menos conocemos muy de cerca la clásica historia a la que yo llamo “de los amores geométricos”, que tiene que ver con triángulos y hasta cuadrados amorosos, que consiste básicamente en enamorarnos de la persona que no puede correspondernos por que está enamorada de alguien más, y ese “alguien mas” a su vez ama a un cuarto en discordia, total que nos pasamos la vida en un perpetuo anhelo; perpetuo no por que dure eternamente, pero 5 segundos en este estado se sienten eternos e intensamente desgarradores.
Hay personas que cargamos con una charola para entregar el corazón y sin embargo eso no es suficiente. En el terreno de la física se dice que a toda acción corresponde una reacción; en el terreno de los sentimientos no aplica esta regla, ya que no a todo acto de amar corresponde la reciprocidad de dicho amor. Contrariamente a lo esperado, a la hora de presentarnos ante otro a corazón abierto, podemos toparnos dolorosa e irremediablemente con el desdén de la persona amada para con nuestros sentimientos.
El desamor se muestra en dos formas. Una con su cara “linda” que interviene en la creación y que nos permite disfrutar el tipo de materiales literarios que a pesar del dolor expresado son motivo de deleite. Nada más increíble que el tipo de poemas que sobreviven al paso del tiempo con la fuerza inquebrantable capaz de sacudir al ser humano. La segunda cara, es cuando se vive el desamor en carne propia; aquella que nos muestra al desamor en todo su esplendor, el desamor capaz de matar a hombres y mujeres, de hincharles los ojos con agua de sal y hacerles perder la integridad y hasta la cordura.
No podemos ver ambas caras de la luna al mismo tiempo, pero si las del amor. Mientras que una persona es portadora del amor y está dispuesta a entregarlo, en los casos más crudos de la vida real, la contraparte, es decir la otra persona solo puede responder con desamor. Es ahí donde se encuentra la encrucijada y el tormento que por siglos, y después de cientos de hojas de papel ha permanecido en la historia cotidiana de la humanidad; el tema es el mismo, el que arremete contra los seres humanos sin distinción de raza, color, edad o sexo: el dragón de dos cabezas, el buen amigo amor de apellido desamor. Si bien las historias de amor con caballeros, príncipes y finales felices, están inspiradas en la realidad, también es cierto que existen las historias paralelas de los que no corrieron con tanta suerte y se enfrentaron a una realidad más cruda, la de finales prematuros, que se tornaron inesperadamente acongojantes y sin embargo, a pesar de todas las calamidades no matan la lucecita de esperanza que nos hace seguir creyendo en al amor pleno, el tipo de amor que conocimos de niños en los cuentos de hadas, los amores perfectos que vimos en el cine y que esperamos calladamente se conviertan pronto en nuestra realidad.